El despertador sonó interrumpiendo el sueño que
tanto trabajo le había costado conciliar. De un manotazo apagó el estridente
sonido. Alejandro sabía que tenía que levantarse. Sabía que no podía darse el
lujo de llegar tarde una vez más al trabajo, por mucho que lo detestara. Y sin
embargo, por varios minutos aún, se mantuvo envuelto bajo las sábanas, sin
moverse, aspirando el aroma a limpio impregnado en ellas. Era tarde.
Probablemente pasaban de las siete con diez, y eso le daba un margen muy estrecho
de tiempo para prepararse y llegar a las ocho. Pero no se movió. No tenía
ganas. Los últimos dos días habían sido una verdadera tortura, esclavizándolo
con encargos, con informes, con reportes, con todas esas cosas que odiaba, que
le aburrían, que lo sofocaban, pero que se veía obligado a hacer para poder
pagar las facturas. No era el destino que se había imaginado. Años antes,
cuando recién comenzaba la carrera en la escuela de arte, imaginaba para sí un
futuro brillante, tranquilo y lleno de triunfos, donde sus cuadros serían
aquilatados debidamente y no tendría que preocuparse más que superficialmente
de cosas tan mundanas como pagos, rentas e hipotecas. Pero ese futuro no había
podido ser. La muerte de su padre, sus múltiples deudas y el endeble estado en
que había dejado no solo la economía familiar, sino la misma familia, había
marchitado cualquier semilla de prosperidad que le hubiese permitido seguir su
sueño.
Una segunda alarma, ésta vez de su teléfono
móvil, lo obligó a levantarse. Un mensaje. Tomó con desdén el aparato y lo
revisó. Extraño. No conocía el número del remitente, y al abrir el mensaje
frunció el ceño con desconcierto. Todo el contenido se reducía a una secuencia
de letras, números y símbolos al azar, como si quien lo hubiera escrito tuviera
la edad mental de un niño pequeño. Con fastidio lo eliminó. Bien, al menos el
sonido del celular lo había sacado de su ensimismamiento. Tenía que arreglarse.
Ya pasaban de las siete con veinte, y el tráfico de la mañana lo detendría
mucho tiempo seguramente. Se encaminó a la regadera deseando no haber perdido
tanto tiempo con pensamientos estúpidos. "Lo hecho, hecho está", se
dijo. "Ésta es tu vida y tendrás que aceptarlo, a menos que prefieras
dormir en la calle". No le gustaba recriminarse a sí mismo, más era algo
que solía hacer a menudo. A punto de entrar al baño, el móvil sonó de nuevo.
Una nueva expresión de enfado se dibujó en su rostro, pero aun así fue hacia el
teléfono y lo revisó. Otro mensaje. Angélica. Bien, no todo en su vida era un fracaso.
Entre todas las cosas malas que podía enumerar en su vida, Angélica era el
bálsamo que las remediaba. Su oasis personal, le gustaba pensar. La había
conocido seis meses atrás, en una reunión de ejecutivos de varias empresas.
Congeniaron de inmediato. Hermosa, sencilla, divertida. Sus cristalinos ojos de
color miel y su cabellera de color caoba, su sonrisa radiante y su clara
inteligencia lo sedujeron rápidamente. Ella, por su parte, se había mostrado
interesada cuando él le mencionó que había estudiado pintura. Comprensiva y
bondadosa, lo había apoyado en sus momentos de debilidad y lo había animado a
no rendirse y luchar por sus metas. Un remanso de agua fresca y pura en el
desierto que había sido su vida hasta ese momento. Leyó el mensaje y una sonrisa
iluminó sus facciones.
[Hola amor. ¿Ya despertaste? No sigas de perezoso. Recuerda que pronto será la entrega de informes y tengo esperanza de que tu esfuerzo tendrá una recompensa. Nos vemos en la noche. Me lo prometiste, ¿eh? Bye, te quiero ;). ]
Angélica tenía la cualidad de ser optimista, aun
cuando las circunstancias no parecieran ser las más adecuadas. Era algo que le
agradaba, que admiraba, pero al mismo tiempo lo sacaba de quicio. Tanta
autoconfianza lo incomodaba. No era que la detestara por eso, pero él, un
realista (pesimista, hubieran dicho otras personas) autoproclamado, no se
acostumbraba a ver la vida de ese modo. Sin embargo, a pesar de esas
diferencias, él la amaba y ella le correspondía.
Dejó el teléfono sobre la cómoda. Ya le respondería
más tarde, en cuanto tuviera algo de tiempo. En ese momento su prioridad era
vestirse y salir, pues no tenía idea de qué tanto tardaría en llegar. Se duchó
rápidamente y se arregló con igual celeridad, más consideró que ya no tendría oportunidad de desayunar en condiciones. "Otro día más", pensó. Pasar
mucho tiempo sin comer era algo que había tenido que aprender a hacer desde
hacía varios años, aunque últimamente procuraba que no ocurriera tan seguido.
Nuevamente, Angélica había sido la responsable, pues le recriminaba cuando
pasaba por alto siquiera una comida. Otra actitud que le agradaba y que le
molestaba al mismo tiempo, pero que ciertamente había contribuido a mejorar su
salud. Con eso en mente, salió corriendo hacia el estacionamiento del bloque de
departamentos donde vivía y abordó su automóvil. Lo encendió y pisó el
acelerador tan pronto salió a la avenida, pues no tenía tiempo que perder.
El automóvil corría con rapidez, dado que no había
tanto tráfico como había supuesto. Si nada salía mal, podría llegar incluso con
cinco minutos de adelanto. Llegó a un cruce y frenó al tiempo que maldecía en
silencio el semáforo que lo detenía. No se podía hacer nada, pero incluso unos
cuantos segundos lo desesperaban, dada la prisa que llevaba. Entonces ocurrió de
nuevo. El celular sonó anunciando la llegada de un mensaje. Alejandro lo
revisó, más otra vez no conocía el número del remitente. Y una vez más el
mensaje era ininteligible, aunque creyó descifrar algunas palabras sueltas
entre el conjunto de letras y símbolos que la pantalla mostraba.
[ l\loC[-]3" "5u3nn022" "#DeE\ /oR4.." ]
"¿Noche? ¿Sueños? ¿Devora? ¿Quién demonios
habrá mandado esto?", pensó. Por supuesto, estaba seguro de que podría
tratarse de una broma. Sin embargo, hacía poco que tenía ese teléfono, pues
había tenido que comprar otro después de haber sido asaltado diez días antes, y
muy poca gente, además de Angélica, conocía su nuevo número. Pero no tuvo
tiempo de seguir analizando eso. El sonido de un claxon detrás de él le hizo
volver a la realidad y descubrió que el "siga" estaba iluminado.
Arrojó el celular en el asiento del copiloto y aceleró. No valía la pena pensar
tanto en un asunto como ese. Seguramente era algún bromista que había marcado
su número al azar. Más tranquilo, siguió conduciendo hasta llegar a las
oficinas donde trabajaba. Entró al estacionamiento, satisfecho de llegar
puntualmente, aunque con la aprehensión que siempre le causaba el lugar.
Subterráneo, ya viejo y en el cual se podía
advertir el descuido que ponía la empresa en el mantenimiento del edificio, al
menos en lo que se refería a las zonas de empleados de medio rango. No es que
fuera supersticioso o una persona miedosa, pero los pasillos oscuros, fríos y
húmedos, casi sin luz y con muros de color marrón eran suficientes para
causarle desconfianza. Muchas veces había alzado quejas acerca de eso, pero
siempre había sido ignorado. Bien, a fin de cuentas, no era momento de apurarse
por eso. Se dirigió a un lugar vacío, tratando de quedar en una de las pocas
zonas iluminadas del lugar, más en ese momento otro auto de color negro se
atravesó, bloqueándole el paso. Vio con rabia cómo entraba en el lugar que
había elegido, y no tuvo más remedio que virar a la derecha y buscar otro
espacio. Lo encontró, pero el hecho de que estuviera en una zona especialmente
oscura no hizo más que aumentar su ira. Aparcó y se recostó en el asiento.
Respiró. "Algún día", pensó. "Algún día saldré de esta porquería
de trabajo, algún día no tendré que saber más de este lugar". Sabía que
estaba siendo pesimista de nuevo, que eso solo le traería más estrés, pero
pensar en eso lo reconfortaba. Aferrarse a esa línea de pensamiento inconforme
le daba fuerza para no caer en la mediocridad de aceptar el destino, la vida,
que estaba viviendo. Sonrió. Tal vez Angélica lo reprendería por esa rabieta,
de haber estado junto a él. "Qué fastidio", pensó nuevamente. En
muchas ocasiones lo había pensado al estar junto a ella, al oírla hablar con su
acostumbrada visión optimista. No la odiaba por eso. No podría hacerlo, se
decía, pues el amor que sentía por ella superaba con creces cualquier otro
sentimiento negativo. No. No la podía detestar por eso. Sin embargo, en
ocasiones, algunas imágenes acudían a su mente. Imágenes horribles de él, de
ella, de otras personas, de violencia, de abuso, de locura, de muerte. Imágenes
que lo trastocaban y le hacían perder la conciencia de lo que sucedía
alrededor. Más no duraban mucho. Del mismo modo que un relámpago ilumina
fugazmente la tormenta y desaparece de inmediato, los pensamientos que lo
asaltaban aparecían y desaparecían muy rápidamente. Pero, del mismo modo que un
relámpago después de extinguirse deja el sonido del trueno, esas imágenes que
lo asaltaban dejaban un pequeño residuo que lo mantenía intranquilo por horas.
Paranoia, solía decirse a sí mismo. Respiró nuevamente.
-Al demonio con todo-se dijo-. Trató de abrir la
portezuela del automóvil. Ya tendría tiempo de pensar en estupideces después.
Un zumbido cortó una vez más su línea de
pensamiento. Otro mensaje. Tomó el móvil. Angélica de nuevo.
[Se me olvidó decirte: pasas por mí a las 8. Y me traes un regalo ;). Ja, ja, ja... OK, no es cierto :P. Pero sí ven a esa hora, ¿eh?]
Sonrió una vez más y al instante la sonrisa se
borró de su rostro. Otra vez esa sensación. Lo desesperaba. Lo enfurecía. Un
repentino sentimiento de ira, de maldad, de ganas de acabar con todo lo
invadió. Acabar con el trabajo, con los demás, con ella, con su estúpido
optimismo, con sus ojos, con su cabello.
Sombras... Manos cortadas... Líquido rojo que corre del cuello... Cuencas vacías... Una hoja brillante... Dientes en el suelo... Dedos mutilados...
Se llevó las manos a la cabeza. No quería seguir
pensando eso. No quería ver esas imágenes. Pero seguían. Acudían a su cerebro
en torrente, atropelladas, una tras otra, invadiendo su ser...
Líquido rojo... Engranes... Cadenas oxidadas... Garras... Colmillos... Gritos de tortura... Risas... Masa cerebral derramada...
Otra vez el mismo tono infernal del celular. Tuvo
el impulso de revisarlo. Nuevamente, símbolos, letras y números al azar. Las
imágenes en su mente no se iban, pero algo lo obligaba a mantener la vista en
la pantalla. Pudo discernir algunas palabras sueltas en ella.
[ "0bscur1dAd" "lra" "L0cUra4a" ]
No sabía qué significaba. No parecía tener
sentido. Un escalofrío lo recorrió cuando se percató de que las escenas que
hasta hace un momento lo torturaban se habían diluido. Su mente se halló de
pronto más calmada. Como un ataque de ansiedad que aparece súbitamente y se
desvanece por sí solo, aquellos pensamientos monstruosos desaparecieron
también. Se quedó mirando la pantalla del celular, sin saber bien qué había
ocurrido. Con solo verla se dio cuenta de que eso lo calmaba, lo reconfortaba.
Permaneció así un momento, intentando comprender aquella sensación, pero no lo
logró. Elevó la vista hacia el parabrisas. Entonces sintió que había perdido la
razón. Ya no estaba en el estacionamiento. Un camino sinuoso, largo, de color
rojo, que se perdía en la lejanía estaba frente a él. A ambos lados del auto
solo vio obscuridad, como si estuviera bordeado por una enramada de árboles
enormes, pero al mismo tiempo, una claridad difusa le permitía distinguir
sombras moviéndose, acercándose a donde él estaba. Mantuvo la mirada fija en el
parabrisas, fija en una sombra deforme que se tambaleaba hacia su dirección.
Parecía humana, pero se movía extrañamente.
El ruido de un golpe seco
a su izquierda lo hizo voltear violentamente a ese lado y un grito ahogado
salió de su garganta. Una cosa golpeaba insistentemente el vidrio de la
portezuela. Su piel descolorida, blancuzca, sus manos con dedos curvados y uñas
negras, su espalda encorvada de donde salían un par de muñones ennegrecidos,
como alas que hubieran sido cortadas, no se parecían en nada a algo que hubiera
visto antes. Pero lo más horrible era su rostro. O más bien, la falta de él.
Una capa de piel arrugada y deforme cubría la zona donde debería estar su cara
y la sangre manaba de unas heridas que no alcanzó a ver en el espacio donde
deberían estar sus ojos. Otro golpe se oyó a su derecha y al frente. Más seres
infernales estaban afuera, pegados a los cristales, aullando, tratando de
entrar. Soltó un verdadero grito de terror cuando uno de ellos, el de la
izquierda, rompió la ventana e introdujo su descarnado brazo, manoteando para
abrir. La obscuridad que rodeaba todo el ambiente se hizo más profunda, más
densa, mientras el demonio lograba por fin abrir la puerta del coche. Como si
fueran tentáculos, la negrura circundante invadió también el interior del auto,
al tiempo que las manos de los seres se abrían paso a través de las ventanillas
y trataban de agarrarlo. Sin poder soportar más, Alejandro perdió el
conocimiento. La última visión que tuvo fue la obscuridad devorándolo y unas manos
gomosas asiéndolo de los cabellos...
Despertó. Miró a su alrededor, sin saber bien en
donde estaba. Por un momento, su vista se nubló mientras trataba de identificar
su alrededor. Seguía en su automóvil. Sudoroso, pálido y con
la garganta seca. En la mano derecha, aún sostenía el celular con fuerza, con
los dedos agarrotados y los nudillos blancos por el esfuerzo. Afuera, la sucia
luz de un par de tubos fluorescentes le hizo ver que estaba en el
estacionamiento. Había regresado a él. No tenía idea qué le había ocurrido,
pero su mente racional le dijo que todo había sido un sueño, una alucinación
provocada seguramente por el estrés acumulado. Bien, ya había perdido mucho
tiempo ahí y seguramente sería reprendido con dureza por presentarse tan tarde.
Se guardó el celular en la bolsa del saco y se incorporó dispuesto a salir, más
al momento de abrir la puerta se dio cuenta de que ésta se encontraba abierta.
Trató de no darle mucha importancia. Seguramente él la había abierto antes de dormirse.
Salió del coche, todavía algo mareado, más trató de sobreponerse. Dándose un
par de palmadas en las mejillas, tomó el portafolios del asiento trasero, cerró
la portezuela y se dirigió al ascensor.
-Sí, seguramente solo me he
quedado dormido y he tenido una pesadilla. Eso fue todo-se dijo-. Pulsó
el botón del transporte y cuando éste llegó, entró en él sin prestar más
atención al episodio que acababa de experimentar.
Del mismo modo, tampoco se había fijado en las
dos pequeñas marcas con forma de garra que habían quedado en el asiento del auto, y
tampoco se había fijado en la mirada penetrante que lo observaba desde aquél
automóvil negro que le había cerrado el paso un momento antes. Y las puertas del elevador ya se
habían cerrado y había comenzado a ascender para que pudiera oír la risa que
había salido del mismo automóvil...
Continuará...
[K • A]
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