domingo, 16 de diciembre de 2012

Demencia - [Parte 1]


El despertador sonó interrumpiendo el sueño que tanto trabajo le había costado conciliar. De un manotazo apagó el estridente sonido. Alejandro sabía que tenía que levantarse. Sabía que no podía darse el lujo de llegar tarde una vez más al trabajo, por mucho que lo detestara. Y sin embargo, por varios minutos aún, se mantuvo envuelto bajo las sábanas, sin moverse, aspirando el aroma a limpio impregnado en ellas. Era tarde. Probablemente pasaban de las siete con diez, y eso le daba un margen muy estrecho de tiempo para prepararse y llegar a las ocho. Pero no se movió. No tenía ganas. Los últimos dos días habían sido una verdadera tortura, esclavizándolo con encargos, con informes, con reportes, con todas esas cosas que odiaba, que le aburrían, que lo sofocaban, pero que se veía obligado a hacer para poder pagar las facturas. No era el destino que se había imaginado. Años antes, cuando recién comenzaba la carrera en la escuela de arte, imaginaba para sí un futuro brillante, tranquilo y lleno de triunfos, donde sus cuadros serían aquilatados debidamente y no tendría que preocuparse más que superficialmente de cosas tan mundanas como pagos, rentas e hipotecas. Pero ese futuro no había podido ser. La muerte de su padre, sus múltiples deudas y el endeble estado en que había dejado no solo la economía familiar, sino la misma familia, había marchitado cualquier semilla de prosperidad que le hubiese permitido seguir su sueño.

Una segunda alarma, ésta vez de su teléfono móvil, lo obligó a levantarse. Un mensaje. Tomó con desdén el aparato y lo revisó. Extraño. No conocía el número del remitente, y al abrir el mensaje frunció el ceño con desconcierto. Todo el contenido se reducía a una secuencia de letras, números y símbolos al azar, como si quien lo hubiera escrito tuviera la edad mental de un niño pequeño. Con fastidio lo eliminó. Bien, al menos el sonido del celular lo había sacado de su ensimismamiento. Tenía que arreglarse. Ya pasaban de las siete con veinte, y el tráfico de la mañana lo detendría mucho tiempo seguramente. Se encaminó a la regadera deseando no haber perdido tanto tiempo con pensamientos estúpidos. "Lo hecho, hecho está", se dijo. "Ésta es tu vida y tendrás que aceptarlo, a menos que prefieras dormir en la calle". No le gustaba recriminarse a sí mismo, más era algo que solía hacer a menudo. A punto de entrar al baño, el móvil sonó de nuevo. Una nueva expresión de enfado se dibujó en su rostro, pero aun así fue hacia el teléfono y lo revisó. Otro mensaje. Angélica. Bien, no todo en su vida era un fracaso. Entre todas las cosas malas que podía enumerar en su vida, Angélica era el bálsamo que las remediaba. Su oasis personal, le gustaba pensar. La había conocido seis meses atrás, en una reunión de ejecutivos de varias empresas. Congeniaron de inmediato. Hermosa, sencilla, divertida. Sus cristalinos ojos de color miel y su cabellera de color caoba, su sonrisa radiante y su clara inteligencia lo sedujeron rápidamente. Ella, por su parte, se había mostrado interesada cuando él le mencionó que había estudiado pintura. Comprensiva y bondadosa, lo había apoyado en sus momentos de debilidad y lo había animado a no rendirse y luchar por sus metas. Un remanso de agua fresca y pura en el desierto que había sido su vida hasta ese momento. Leyó el mensaje y una sonrisa iluminó sus facciones.
[Hola amor. ¿Ya despertaste? No sigas de perezoso. Recuerda que pronto será la entrega de informes y tengo esperanza de que tu esfuerzo tendrá una recompensa. Nos vemos en la noche. Me lo prometiste, ¿eh? Bye, te quiero ;). ]
Angélica tenía la cualidad de ser optimista, aun cuando las circunstancias no parecieran ser las más adecuadas. Era algo que le agradaba, que admiraba, pero al mismo tiempo lo sacaba de quicio. Tanta autoconfianza lo incomodaba. No era que la detestara por eso, pero él, un realista (pesimista, hubieran dicho otras personas) autoproclamado, no se acostumbraba a ver la vida de ese modo. Sin embargo, a pesar de esas diferencias, él la amaba y ella le correspondía.
Dejó el teléfono sobre la cómoda. Ya le respondería más tarde, en cuanto tuviera algo de tiempo. En ese momento su prioridad era vestirse y salir, pues no tenía idea de qué tanto tardaría en llegar. Se duchó rápidamente y se arregló con igual celeridad, más consideró que ya no tendría oportunidad de desayunar en condiciones. "Otro día más", pensó. Pasar mucho tiempo sin comer era algo que había tenido que aprender a hacer desde hacía varios años, aunque últimamente procuraba que no ocurriera tan seguido. Nuevamente, Angélica había sido la responsable, pues le recriminaba cuando pasaba por alto siquiera una comida. Otra actitud que le agradaba y que le molestaba al mismo tiempo, pero que ciertamente había contribuido a mejorar su salud. Con eso en mente, salió corriendo hacia el estacionamiento del bloque de departamentos donde vivía y abordó su automóvil. Lo encendió y pisó el acelerador tan pronto salió a la avenida, pues no tenía tiempo que perder.
El automóvil corría con rapidez, dado que no había tanto tráfico como había supuesto. Si nada salía mal, podría llegar incluso con cinco minutos de adelanto. Llegó a un cruce y frenó al tiempo que maldecía en silencio el semáforo que lo detenía. No se podía hacer nada, pero incluso unos cuantos segundos lo desesperaban, dada la prisa que llevaba. Entonces ocurrió de nuevo. El celular sonó anunciando la llegada de un mensaje. Alejandro lo revisó, más otra vez no conocía el número del remitente. Y una vez más el mensaje era ininteligible, aunque creyó descifrar algunas palabras sueltas entre el conjunto de letras y símbolos que la pantalla mostraba.
[ l\loC[-]3" "5u3nn022" "#DeE\ /oR4.." ]
"¿Noche? ¿Sueños? ¿Devora? ¿Quién demonios habrá mandado esto?", pensó. Por supuesto, estaba seguro de que podría tratarse de una broma. Sin embargo, hacía poco que tenía ese teléfono, pues había tenido que comprar otro después de haber sido asaltado diez días antes, y muy poca gente, además de Angélica, conocía su nuevo número. Pero no tuvo tiempo de seguir analizando eso. El sonido de un claxon detrás de él le hizo volver a la realidad y descubrió que el "siga" estaba iluminado. Arrojó el celular en el asiento del copiloto y aceleró. No valía la pena pensar tanto en un asunto como ese. Seguramente era algún bromista que había marcado su número al azar. Más tranquilo, siguió conduciendo hasta llegar a las oficinas donde trabajaba. Entró al estacionamiento, satisfecho de llegar puntualmente, aunque con la aprehensión que siempre le causaba el lugar.
Subterráneo, ya viejo y en el cual se podía advertir el descuido que ponía la empresa en el mantenimiento del edificio, al menos en lo que se refería a las zonas de empleados de medio rango. No es que fuera supersticioso o una persona miedosa, pero los pasillos oscuros, fríos y húmedos, casi sin luz y con muros de color marrón eran suficientes para causarle desconfianza. Muchas veces había alzado quejas acerca de eso, pero siempre había sido ignorado. Bien, a fin de cuentas, no era momento de apurarse por eso. Se dirigió a un lugar vacío, tratando de quedar en una de las pocas zonas iluminadas del lugar, más en ese momento otro auto de color negro se atravesó, bloqueándole el paso. Vio con rabia cómo entraba en el lugar que había elegido, y no tuvo más remedio que virar a la derecha y buscar otro espacio. Lo encontró, pero el hecho de que estuviera en una zona especialmente oscura no hizo más que aumentar su ira. Aparcó y se recostó en el asiento. Respiró. "Algún día", pensó. "Algún día saldré de esta porquería de trabajo, algún día no tendré que saber más de este lugar". Sabía que estaba siendo pesimista de nuevo, que eso solo le traería más estrés, pero pensar en eso lo reconfortaba. Aferrarse a esa línea de pensamiento inconforme le daba fuerza para no caer en la mediocridad de aceptar el destino, la vida, que estaba viviendo. Sonrió. Tal vez Angélica lo reprendería por esa rabieta, de haber estado junto a él. "Qué fastidio", pensó nuevamente. En muchas ocasiones lo había pensado al estar junto a ella, al oírla hablar con su acostumbrada visión optimista. No la odiaba por eso. No podría hacerlo, se decía, pues el amor que sentía por ella superaba con creces cualquier otro sentimiento negativo. No. No la podía detestar por eso. Sin embargo, en ocasiones, algunas imágenes acudían a su mente. Imágenes horribles de él, de ella, de otras personas, de violencia, de abuso, de locura, de muerte. Imágenes que lo trastocaban y le hacían perder la conciencia de lo que sucedía alrededor. Más no duraban mucho. Del mismo modo que un relámpago ilumina fugazmente la tormenta y desaparece de inmediato, los pensamientos que lo asaltaban aparecían y desaparecían muy rápidamente. Pero, del mismo modo que un relámpago después de extinguirse deja el sonido del trueno, esas imágenes que lo asaltaban dejaban un pequeño residuo que lo mantenía intranquilo por horas. Paranoia, solía decirse a sí mismo. Respiró nuevamente.
-Al demonio con todo-se dijo-. Trató de abrir la portezuela del automóvil. Ya tendría tiempo de pensar en estupideces después.
Un zumbido cortó una vez más su línea de pensamiento. Otro mensaje. Tomó el móvil. Angélica de nuevo.
[Se me olvidó decirte: pasas por mí a las 8. Y me traes un regalo ;). Ja, ja, ja... OK, no es cierto :P. Pero sí ven a esa hora, ¿eh?]
Sonrió una vez más y al instante la sonrisa se borró de su rostro. Otra vez esa sensación. Lo desesperaba. Lo enfurecía. Un repentino sentimiento de ira, de maldad, de ganas de acabar con todo lo invadió. Acabar con el trabajo, con los demás, con ella, con su estúpido optimismo, con sus ojos, con su cabello.
Sombras... Manos cortadas... Líquido rojo que corre del cuello... Cuencas vacías... Una hoja brillante... Dientes en el suelo... Dedos mutilados...
Se llevó las manos a la cabeza. No quería seguir pensando eso. No quería ver esas imágenes. Pero seguían. Acudían a su cerebro en torrente, atropelladas, una tras otra, invadiendo su ser...
Líquido rojo... Engranes... Cadenas oxidadas... Garras... Colmillos... Gritos de tortura... Risas... Masa cerebral derramada...
Otra vez el mismo tono infernal del celular. Tuvo el impulso de revisarlo. Nuevamente, símbolos, letras y números al azar. Las imágenes en su mente no se iban, pero algo lo obligaba a mantener la vista en la pantalla. Pudo discernir algunas palabras sueltas en ella.
[ "0bscur1dAd" "lra" "L0cUra4a" ]
No sabía qué significaba. No parecía tener sentido. Un escalofrío lo recorrió cuando se percató de que las escenas que hasta hace un momento lo torturaban se habían diluido. Su mente se halló de pronto más calmada. Como un ataque de ansiedad que aparece súbitamente y se desvanece por sí solo, aquellos pensamientos monstruosos desaparecieron también. Se quedó mirando la pantalla del celular, sin saber bien qué había ocurrido. Con solo verla se dio cuenta de que eso lo calmaba, lo reconfortaba. Permaneció así un momento, intentando comprender aquella sensación, pero no lo logró. Elevó la vista hacia el parabrisas. Entonces sintió que había perdido la razón. Ya no estaba en el estacionamiento. Un camino sinuoso, largo, de color rojo, que se perdía en la lejanía estaba frente a él. A ambos lados del auto solo vio obscuridad, como si estuviera bordeado por una enramada de árboles enormes, pero al mismo tiempo, una claridad difusa le permitía distinguir sombras moviéndose, acercándose a donde él estaba. Mantuvo la mirada fija en el parabrisas, fija en una sombra deforme que se tambaleaba hacia su dirección. Parecía humana, pero se movía extrañamente.
El ruido de un golpe seco a su izquierda lo hizo voltear violentamente a ese lado y un grito ahogado salió de su garganta. Una cosa golpeaba insistentemente el vidrio de la portezuela. Su piel descolorida, blancuzca, sus manos con dedos curvados y uñas negras, su espalda encorvada de donde salían un par de muñones ennegrecidos, como alas que hubieran sido cortadas, no se parecían en nada a algo que hubiera visto antes. Pero lo más horrible era su rostro. O más bien, la falta de él. Una capa de piel arrugada y deforme cubría la zona donde debería estar su cara y la sangre manaba de unas heridas que no alcanzó a ver en el espacio donde deberían estar sus ojos. Otro golpe se oyó a su derecha y al frente. Más seres infernales estaban afuera, pegados a los cristales, aullando, tratando de entrar. Soltó un verdadero grito de terror cuando uno de ellos, el de la izquierda, rompió la ventana e introdujo su descarnado brazo, manoteando para abrir. La obscuridad que rodeaba todo el ambiente se hizo más profunda, más densa, mientras el demonio lograba por fin abrir la puerta del coche. Como si fueran tentáculos, la negrura circundante invadió también el interior del auto, al tiempo que las manos de los seres se abrían paso a través de las ventanillas y trataban de agarrarlo. Sin poder soportar más, Alejandro perdió el conocimiento. La última visión que tuvo fue la obscuridad devorándolo y unas manos gomosas asiéndolo de los cabellos...

Despertó. Miró a su alrededor, sin saber bien en donde estaba. Por un momento, su vista se nubló mientras trataba de identificar su alrededor. Seguía en su automóvil. Sudoroso, pálido y con la garganta seca. En la mano derecha, aún sostenía el celular con fuerza, con los dedos agarrotados y los nudillos blancos por el esfuerzo. Afuera, la sucia luz de un par de tubos fluorescentes le hizo ver que estaba en el estacionamiento. Había regresado a él. No tenía idea qué le había ocurrido, pero su mente racional le dijo que todo había sido un sueño, una alucinación provocada seguramente por el estrés acumulado. Bien, ya había perdido mucho tiempo ahí y seguramente sería reprendido con dureza por presentarse tan tarde. Se guardó el celular en la bolsa del saco y se incorporó dispuesto a salir, más al momento de abrir la puerta se dio cuenta de que ésta se encontraba abierta. Trató de no darle mucha importancia. Seguramente él la había abierto antes de dormirse. Salió del coche, todavía algo mareado, más trató de sobreponerse. Dándose un par de palmadas en las mejillas, tomó el portafolios del asiento trasero, cerró la portezuela y se dirigió al ascensor.
-Sí, seguramente solo me he quedado dormido y he tenido una pesadilla. Eso fue todo-se dijo-. Pulsó el botón del transporte y cuando éste llegó, entró en él sin prestar más atención al episodio que acababa de experimentar.

Del mismo modo, tampoco se había fijado en las dos pequeñas marcas con forma de garra que habían quedado en el asiento del auto, y tampoco se había fijado en la mirada penetrante que lo observaba desde aquél automóvil negro que le había cerrado el paso un momento antes. Y las puertas del elevador ya se habían cerrado y había comenzado a ascender para que pudiera oír la risa que había salido del mismo automóvil...

Continuará...

[K • A]

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